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jueves, 25 de marzo de 2010

La coartada de la cortada


Dorita envejece en su pueblo sin que se le acerque un hombre. Comparte el té con amigas en el boulevard Lola Mora o teje para los niños del Hospital, pero jamás da acceso a un elemento masculino a su vida ni siquiera para una simple amistad.
Dicen los vecinos que tuvo un amante hace más de tres décadas. Casado y cercano a ella, la esposa se medicaba para dormir lo que facilitaba que él desde el último patio de su amplia residencia saliera a la cortada posterior y de allí accediera al jardín de su querida.
Pasaban noches enteras juntos, sin disimulo ni pudor. Los más viejos de la cortada Pujol aún lo recuerdan saltando en paños menores la cerca de Dora hacia el tapial del patio de su casa por la madrugada, temiendo que el efecto de las píldoras ya hubiera menguado y la esposa no lo encontrara al despertar.
Pasaron un par de años exactamente iguales.
Él salía por la puerta del frente de su casa hacia la avenida Merindo como un señor, buen padre de familia y esposo dedicado. Asistían juntos a misa todos los domingos y a las reuniones de la Liga de Padres de Familia cada quince días para departir con otros matrimonios afines.
Germanos de origen, les gustaba la cerveza y era corriente verlos en algún patio cervecero cenando o simplemente "picando" algo mientras la noche se debatía contra el calor denso y húmedo.
Una noche estrellada, los felices esposos entraron al bar del hermano de Dorita, Cano Marcolongo.
Por una excepción, ella debió reemplazar a la cuñada enferma en la caja desde donde veía todo lo que sucedía en el salón.
Era un sábado de enero bullicioso entre charlas y risas de adultos, jóvenes y niños que buscaban una tregua para el calor sofocante.
En medio de la confusión, ella tomó una cuchilla y se encaminó hasta la mesa de su amante. La esposa la miraba y cuando la estaba por saludar como buena vecina, el filo del metal ya estaba penetrando la espalda de su marido. Todos gritaban pero Dorita bajó la vista y con el vestido salpicado de sangre se encaminó hacia la puerta. Le hizo señas a un taxi y desapareció al tiempo que llegaba una ambulancia que alguien del bar llamó.
El marido infiel sobrevivió algunos días en terapia intensiva del hospital regional y luego lo internaron en Rosario. Perdió bastante sangre pero con el tiempo fue mejorando y salvó su vida.
No pudo hacer lo mismo con su matrimonio.
La Liga de Padres de Familia procedió en seguida a darlo de baja entre sus miembros y emitió un comunicado interno solicitando no se tocara el tema por prudencia y respeto a la esposa.
Dorita estuvo presa procesada por tentativa de homicido, cargo del que no se arrepintió y se declaró culpable.
En nueve años cumplió su condena, regresó al pueblo, a su barrio y a la casa de la cortada.
Del matrimonio vecino sólo se supo que la esposa, divorciada, se radicó tiempo después en San Jerónimo de Tuzón, donde aún vive con el único hijo.
Al esposo nunca más se lo vio por el pueblo y nadie sabe a ciencia cierta si aún se encuentra con vida.
Dorita purga sus culpas en cada tejido para caridad, mientras mira la riña de las puntas de las agujas, recuerda el metal entrando por la espalda con una breve sonrisa de satisfacción.


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