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martes, 9 de noviembre de 2010

Amanecer de un día pensado

César y Paul dormían juntos. Más que juntos, en una suerte de "L" larga como las piernas de Paul.

Nosotras tres, Vanina, Clelia y yo, charlábamos en la galería animadamente en una noche invernal que podía ser eterna si no fuera por las siempre chispeantes anécdotas de Clelia.

Los hoolligans* de Mariana, afincados en el breve patio de invierno que la empresa funeraria posee al fondo,  fumaban y tomaban vodka que trajo Tago y pasó los controles en su petaca de bolsillo interior.
Mariana los dirigía, sin alegría pero con ánimo, hacia una conversación que iba desde los lejanos acordes de los Beatles hasta el folklore del Paso del Salado. Siempre sin perder de vista que  alejado del grupo, Juanma fumaba algo que no parecía tener la identidad de un cigarrillo estándar.
Fueron a "mangar" café a la cocina, al ser las tres de la mañana el mozo estaba echado en una reposera con el diario sobre la cara y los miró con ánimo de comerlos vivos con un "ya va" como toda respuesta.
Fui al baño.  Estaba tan cansada que casi me meto en el de caballeros, pero un último movimiento, me giró hacia el que tenía el cartel para damas.
Imaginaba el amanecer oprobioso en el que muchos llegarían, tal vez por compromiso, otros por un auténtico sentimiento de respeto hacia María y la mayoría, por inercia.
Me encontré en el espejo.
Mi cara reflejaba el cansancio de sus últimos días de vida, sin dormir, comiendo mal y escuchando su respiración entrecortada. Suspiré.
Desde niños todos sabemos que venimos a este mundo a despedir a nuestros padres, pero nadie sabe cómo reaccionará cuando llegue el momento justo.
Mi tranquilidad era alarmante.
Pensé en papá, en la abuela piamontesa y en su esposo, mi abuelo rural. Sentí rabia hacia los dos últimos, que se habían llevado a su hija antes de tiempo para dejarme sola en Santa Fe.
Intenté llorar, no lo logré.
Salí de nuevo a la galería, mis dos amigas seguían animadas en su charla y aproveché para ir al patio a controlar a la patota**: en esa densa oscuridad acentuada por la vegetación, pude ver como Tago seguía besando la botella sin ninguna alteración por mi presencia, Mariana me vio pero giró para continuar la charla con Clara y Mara fumaba cerca de Andreina, pero riéndose con los chistes de Jofe.  Creo que el único que acusó recibo de mi presencia fue Juanma, a quien le miré descaradamente las manos buscando algo que no hallé.
Llegó el mozo con una bandeja plena de tacitas.
Me fui sin decir adiós, subiendo hacia el hall, mientras las risas juveniles me llegaron bien avanzados mis pasos hacia la capilla ardiente de mi madre. 
Al rato, María apoyó con fuerza sus manos blancas sobre mis hombros, dándome una presencia de ánimo con el que pude hacer frente al amanecer sin fantasmas, sintiendo  su etérea y transparente presencia como una nube que sobrevuela una isla desierta en alta mar.

*En Inglaterra, seguidores de un equipo de fútbol, generadores de disturbios y desmanes.
**En Argentina, pandilla de amigos generalmente jóvenes.

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